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Me lo contó de niño mi abuela a la que se lo contó su abuela de una abuela suya seis generaciones atrás, lo que sitúan nuestra historia a finales de siglo XVIII o principios de XIX. Resulta que aquella, mi tatara tatara tatara tatara abuela se llamaba Rosa y vivía junto a su marido y a una pequeña nieta llamada Rosa también, en las afueras de Haro, en una casa de labranza situada entre las huertas que rodeaban la antigua Ermita de Ntra. Sra. de la Vega. Podía pues ver, cada día, desde su ventana la maciza masa pétrea de la iglesia y escuchar el tintineo de los campanillos de su esbelta espadaña. Casi a diario encontraba algún momento para acercarse hasta ella, para, en el oscuro recogimiento de sus paredes, pedir a la madre de la Virgen, mas que por ella misma, por todos aquello que la rodeaban, por su pequeña nieta Rosita, como ella la llamaba, a la que cuidaba desde hacia tiempo con un cariño inefable y especialmente por su marido,, un hombre brusco y descarnado, que se pasaba los días renegando y despotricando contra esto y aquello. Aquel día el adusto marido se levantó mas violento que nunca. Algunos viejos achaques y algunos problemas cotidianos le tenían más tenso de costumbre, y como siempre era la buena de Rosa quien acababa pagando su mal humor. Pero aquella mañana el violento maridol hombre fue mas allá de lo habitual en sus amenazas al incluir en ellas a la pequeña Rosita. A los crueles improperios que lanzo contra las dos añadió una explicita amenaza: ““Ya veréis tu y tu nieta cuando vuelva esta noche, os voy a deslomar a las dos a palos”. Las terribles palabras aun resonaban en el aire cuando partió sobre su cabalgadura hacia el campo. Aquel día le tocaba faenar en una de sus fincas más lejanas y tendría que pasar todo el día fuera casa. Lo pasó mal aquella mañana la pobre Rosa, pensando en su querida nietecita y como solía ser habitual en ella, recorrió los escasos metros que la separaban de la Ermita para hacer a la Virgen de la Vega confidente de sus desdichas. Entro en el templo, bajo la luz tenue de aquella mañana nubosa que apenas llegaban a tamizar los enormes ventanales que adornaban los flancos. Entre sus impresionantes muros se acogía el silencio mas completo y apenas el chisporroteo de las velas junto al altar rompía el recogimiento al que invitaba la sala. Rosa elevo sus ojos hacia la madre en quien tanto confiaba y contagiada por su sonrisa y sintiendo el afecto de sus amorosa mirada rogó confiada en su intercesión: - ¡Hay madre bendita!, no permitas que mi marido haga ningún mal a nuestra pequeña Rosita. Intercede por nosotras ante tu hijo querido. Permite que mi marido encuentre la paz, que vuelva a ser aquel hombre sencillo y amable del que me enamoré hace tantos años, un hombre tranquilo y confiado en tu gracia. La tarde cayo con mal augurio, un viento frió se levanto furioso y del norte llagaban nubes de tormenta. Rosa se refugió en la casa esperando expectante la llegada de su esposo. A media tarde alguien golpeo la puerta de la calle. Era demasiado pronto para que él hubiera regresado. Desde la ventana entreabierta pudo observar como una viejecita temblorosa, abrigada hasta la cabeza por una toquilla oscura esperaba en el umbral que alguien la socorriera. No era la primera vez que personas indigentes y pobres viudas sin recursos se acercaban hasta aquella casa en busca de ayuda. Tenía Rosa fama de ser una persona caritativa que nunca se negaba a compartir con los demás lo poco que una familia humilde como la suya podía poseer. Precisamente esta actitud caritativa de Rosa había provocado en el pasado no pocos enfrentamientos con su marido, quien la acusaba de dilapadora e inconsciente al ofrecer, no pocas veces a los indigentes, parte se su propio ajuar y de su propia comida. Bajo Rosa presta con intención de socorrer lo antes posible a la anciana, pensando en que si su marido adelantaba el regreso y la encontraba allí, podría desencadenar su furia contra todas ellas. La anciana estaba aterida de frió por lo que Rosa la paso rápidamente al portal. Gracias buena señora por su amabilidad.- se apresuro a decir la anciana- ¿podría usted, por caridad, ofrecerme su ayuda. - Desde luego.- contesto Rosa mientras conducía a la anciana hacia un amplia banca que había en el portal.- Espere aquí un momento que ahora bajo- Subió la buena mujer presurosa hasta la cocina y preparó una buen tazón de caldo caliente que bajo en seguida a la anciana. - Tomad, con esto podrá reponer fuerzas para que pueda continuar su camino.- La anciana descubrió parte de su rostro oculto hasta entonces por el ropaje de abrigo, sus piel blanquecina se mostraba aterida y sus ojos rojos y húmedos. ¡Por favor amable señora, se lo ruego!,.- Dijo la anciana con una tristeza infinita.- permítame quedarme aquí esta noche, vengo muy cansada tras un largo camino y apenas puedo ya caminar, dudo mucho que pueda dar unos pasos más sin derrumbarme. Por favor señora. Solo esta noche, mañana partiré temprano y no la molestare más. A la buena de Rosa se le cayo el alma al suelo, hubiera proporcionado a aquella anciana cualquier cosa que le hubiera pedido pero precisamente aquello, precisamente aquel día, era imposible. - Crearme buena señora,- Dijo con todo el poder de convicción que pudo poner en sus palabras.- lo que usted me pide es imposible. Mi esposo regresará pronto de la faena diaria y es un hombre violento que no acepta la caridad. Ya nos ha amenazado de muerte a mí y mi nieta esta mañana, y si al regresar la encuentra a usted aquí mucho me temo que la emprenda a palos con las tres. Hágame caso, lo hago por su bien. Pero la dulce viejecita, como si no hubiera oído las advertencias de Rosa insistió una vez más: - Por favor, solo esta noche, apenas necesito un rincón cualquiera donde dormir un rato al resguardo. ¡Por favor señora, por favor!. Estoy tan agotada que no puedo más. Rosa bajo unos instantes la cabeza, como si se lo estuviera pensando, sabia que no se podía negar ante las suplicas de aquella necesitada mujer, sabía que estaba derrotada y que debía abandonarse a la voluntad del cielo: Esta bien.- Dijo al fin mirando a la anciana- la daré cobijo esta noche y que sea lo que Dios quiera. Rosa acompaño a la señora hasta una puerta que accedía al establo, en la misma planta baja de la casa, y la mostró una pequeña puerta que se encontraba semiescondida en un rincón de él. - Mire usted, tras de esa puerta tenemos una pequeño almacén donde guardamos algunos fardos de bálago para alimentar a los animales, es un lugar pequeño, bien resguardado, en el que se encontrara bien y podrá descansar tranquila. La puerta de la despensa estaba sujeta con una rustico cordel fuertemente anudado entre dos clavos. La dueña de la casa lo desató con destreza y abrió, luego extendió por el suelo unos fardos del bálago almacenado y dijo. – Espere aquí un momento y le bajare alguna manta para que tenga con que abrigarse esta noche.- Dijo Rosa mientras salía presurosa dirigiéndose al piso superior. Bajo con un alguna sabana y mantas que extendió sobre elbálago hasta que este tomó la apariencia de un tosco camastro y cuando todo estuvo acondicionado para que la anciana pudiera descansar con un mínimo de confort Rosa se despidió de la anciana. - Sobre todo le ruego que procure no hacer ruido; especialmente cuándo, oiga entrar a mi marido. El tardara unos minutos en despojar a la mula de su cabalgadura y darla algo de comer, luego el saldrá y ya no regresara hasta mañana temprano. Yo procurare bajar en cuanto despunte el alba. Le daré algo caliente de comer y un poco de dinero, espero que para entonces este ya lo suficientemente descansada como para seguir hasta el pueblo.- La anciana repitió una vez más su agradecimiento mientras se despojaba del oscuro velo traslucido de viuda que había cubierto su rostro hasta el momento. Enmarcado en su toca aquel rostro de serena dulzura deslumbró a rosa, en la semioscuridad de la alacena creyó ver en él un rostro conocido, el rostro amable, querido de alguien perdido en sus recuerdos mas lejanos: su querida madre fallecida hacia ya muchos años o tal vez la de su lejana abuelita que acudía a su habitación de niña para rezar juntas las oraciones de la noche. No lo sabía, pero una sensación extraña recorrió todo su ser. No le dio tiempo a pensar porqué, se hacia demasiado tarde y aun debía darle las últimas instrucciones: - Mire, ahora al cerrar echaré la tranca y la sujetaré fuerte con la cuerda. Usted no se apure, esta puerta suele estar así, siempre, cerrada; y si al pasar por ella viera mi marido la cuerda desatada podría sospechar algo y entrar a inspeccionarla. Así que ahora la cerrar pero mañana temprano, como la he dich,o bajare para abrirla Por favor.- repitió Rosa una vez más-. ¡No haga ningún ruido o nos puede perder a todas!. La anciana sonrió levemente, con una sonrisa llena de paz y confianza y la dijo con gran serenidad: No se preocupe, no va ha pasar nada.- La seguridad de aquella mujer la lleno de confianza y salió satisfecha del establo no sin antes atar mas fuertemente de los habitual aquella cuerda que sujetaba la puerta, con el pensamiento de que si algún ruido hiciera sospechar a su marido de la presencia de alguien o algo en la habitación, el que estuviera tan bien cerrada y la dificultad en abrirla le harían desistir de su intención. Anocheció pronto aquel día, unos oscuros y amenazadores nubarrones encallados entre los picos de Peñas Jenbres ocultaron el sol al poniente antes de lo habitual. Rosa espero arriba, la llegada de su marido. Abrazada a Rosita mantenía cierta esperanza en que la dureza del trabajo diario le hubiera hecho olvidar su terrible amenaza. Algo antes de lo habitual oyeron el tintineo de los aperos y los respingos de la mula que indicaban el regreso del marido a casa. Al llegar el ruido bajo la ventana escucharon la voz del marido que gritaba quejumbrosa. Bajad a ayudarme, por favor, Rosa, Rosita, bajad. Ambas, sorprendidas por la voz y por el tono corrieron escaleras abajo para ver que había ocurrido. Echado sobre la mula de mala manera, aquel hombre extendía sus brazos hacia ellas en demanda de ayuda. Dios mío, que ha pasado. Que te ocurre. – Pregunto Rosa preocupada. Hace como una hora, cuando me disponía a regresar a casa, he dado una mala pisada y me he torcido el pie. Ahora no puedo posarlo en el suelo sin sentir unos dolores terribles que no puedo soportar. He conseguido montar en la mula como he podido para que me pudiera traer hasta aquí. Entre las dos, le ayudaron a bajar de la mula y le ayudaron a subir entre quejidos las escaleras, una vez arriba aliviaron el dolor con algo de salmuera y manteca y pidió ir a la cama no sin antes pedir a Rosa que recogiera la mula. Así lo hizo Rosa que tuvo un gran alivio al saber que su marido no entraría en el establo aquel día, al pasar por la puerta de la alacena escucho si se oía algo, estuvo un rato en silencio pero nada escucho, supuso que la anciana se habría quedado pronto dormida, dado su cansancio y subió al piso, preparó algo de sopa a su marido, pero al entrar en la habitación éste dormitaba tranquilo. Durmieron todos felices aquella moche, aunque Rosa se despertó muy temprano a la espera de ver clarear tras los visillos de su habitación la luz del nuevo día. En cuanto apreció la mas mínima claridad se incorporo con mucho sigilo y tras preparar un cuenco de leche y algo de pan bajo al establo. La luz apenas iluminaba aun las paredes del establo que permanecía en oscuridad y silencio, solo interrumpido a veces por el resoplido de la mula cuya intermitencia arreció a la entrada de Rosa. Esta se dirigió hacia la alacena y dejando a un lado el recipiente de la leche humeante aún y el pedazo de pan que llevaba comenzó a desatar con dificultad la cuerda que tan reciamente había atado el día anterior. Cuando al fín consiguió desatarlo desatrancó la puerta y la empujo hacia el interior. La luz era muy escasa y Rosa apenas podía distinguir una masa informe sobre el suelo, allí donde habían colocado el montón de paja y las mantas de abrigo. ¡Señora!, ¡señora!, despierte, ya esta amaneciendo y será mejor que salga cuanto antes de aquí.- Nadie contesto y nada se movió frente a ella.- ¡Señora¡, por favor, por favor despiértese.- Nada, el silencio era total. Rusa se acerco casi a tientas hacia el montón de paja, palpó las mantas y tiro de ellas, podía apreciar el montón de paja bajo su mano pero nada mas, allí no había nadie. ¡No podía ser!, rebusco entre la paja, por la pequeña habitación, espero a que la luz entrara un poco más por la puerta, todo inútil, allí no había nadie, la anciana había desaparecido. Rosa miro la puerta de entrada, solidamente agarrada al marco y aquellos nudos que acababa de desatar, no la cabía le menor duda de que eran sus propios nudos. En cualquier caso ¿Quién pudo haberla dejado salir abriéndola desde fuera?. Rosa intento recapacitar quedo quiera un momento dejando oír su mente, pero fue su corazón quien contesto y entonces lo vio, claramente y reconoció aquel rostro, aquella mirada bondadosa, aquella sonrisa llena de paz, en efecto lo había visto antes, lo había visto cada día durante toda su vida, aquel rostro era el de la Virgen de la Vega a quien tantas veces había pedido por su marido y por su nieta, era la Madre de la Vega quien la había venido a ver. Durante unos segundos dudó, que impostura era esa, quien era ella para que se dignara visitar la madre de su Señor, pero no, al reconocimiento diáfano que de aquel rostro tan familiar acababa de tener se unía aquel hecho prodigioso de su desaparición del establo. Solo un milagro podría explicar aquella desaparición. Aunque el verdadero milagro estaba aun por suceder. Salió rosa del establo terriblemente excitada por lo que se le acababa de revelar y con la imperante necesidad de contar a alguien semejante prodigio, asi que se dirigió a la habitación donde dormía Rosita para contarle lo sucedido, lo hizo con tal seguridad y entusiasmo que la pequeña no dudo ni un instante de que aquello había sucedido así. Vayamos a contárselo al abuelo, que sepa que la Virgen ha estado aquí, en nuestra casa.- Su ingenuidad alegro unos instantes el rostro de Rosa, pero pronto se dio cuenta de la dificultad, su marido la reprochaba con frecuencia su derroche y mala administración, achacaba esto a su beaterio y exceso de de visitas al cercano santuario. Estaba segura que si le contaba lo sucedido, se reiría de ella y la trataría como si estuviera loca. No obstante, estaba tan contenta y tan segura de lo que había visto que sabia que no lo podría ocultar a nadie que lo debería de proclamar a los cuatro vientos y que si eso era así el primero en saberlo debería de ser él. Así que acompañada de su nieta, curiosa y deseosa de volver a escuchar tan fantástica historia, se dirigieron hacia la habitación de Rosa, donde aun dormía su marido. Rosa recogió los visillos de las ventanas para que entrará diáfana la tenue luz de la mañana y se dispuso despertar con dulces palabras a su marido. Él, que dormía profundamente, se despertó con rostro sereno y despejado mirando a su mujer con sorpresa. - ¿Qué sucede? ¿Qué hora es? .- Su rostro era afable y su mirada serena. Esto animo a Rosa a contarle enseguida su increíble experiencia, el escuchó en silencio aquel relato sin hacer ningún tipo de comentario y cuando ella termino quedo pensativo, esbozo una leve sonrisa y asintió. Sin decir nada, aquel gesto valía por un “sí, lo sé, sé que ha sido así”. Y asegura la historia, que aquel hombre huraño y violento, por quien tanto había rezado Rosa, no volvió a ser como antes. Se convirtió en un hombre pacifico y bondadoso que apoyo durante el resto de su vida todas las buenas obras que esta emprendió. Y es que Rosa, transformada por aquella visión y por la bondad del cielo con ella y su familia se dedicó a partir de entonces de manera aun más abierta y decidida a hacer el bien entre los mas necesitados, poniendo al servicio de los demás la humilde hacienda que poseía, siempre apoyada por su esposo en esta misión. Y fue su neta Rosita, que vivió con ella aquel milagro quien se encargo de dejar para la posteridad el relato detallado de aquellos hechos que se transmitieron oralmente de generación en generación. Contaba la nieta, como Rosa predijo su muerte unos días antes de partir hacia Vitoria en unos de sus viajes a los mercados de hortalizas de la ciudad. “No volveré de este viaje” le aseguró, mientras le entregaba alguna de sus posesiones personales mas queridas. Y así fué, falleció Rosa en el viaje y fue enterrada en el cementerio de Vitoria y hasta allí se trasladaron durante mucho tiempo sus familiares a visitar su tumba como si de una santa particular se tratara. Y cuentan que una manto de hierba fina y olorosa cubrió aquel lugar del cementerio y que sin que nadie la cuidara permanecía siempre brillante y florida expidiendo una fragancia fresca y dulce todo el año. Y también se decia que no se pudo trasladar de aquel lugar los restos de su cadáver por encontrarse incorrupto. No se hasta que punto todo lo anterior sea cierto o no pero una cosa si es cierta y reafirma la veneración por esta particular santa familiar y es que en mis antepasados siembre encontramos alguna Rosa, nombre que la tradición familiar se encargo de perpetuar en sus descendientes como recuerdo de aquella mujer que dio cobijo a la madre de Dios y madre nuestra: Ntra. Sra. la Virgen de la Vega. Fin del relato “La Anciana del establo” NOTA DEL AUTOR: Esta historia se corresponde, con al relato de un hecho real que ha ido pasando de generación en generación por vía oral entre los componentes, especialmente femeninos, de mi familia materna. Lo que arriba se presenta es una Historia anovelada de estos hechos y no pretende tanto reflejar la exactitud de lo ocurrido como crear una bonita historia basada en los hechos relatados por mis ancestros. En mi afán por novelar el relato que recibí como cierto de mi abuela, es probable que éste haya sufrido algún olvido, cambio y añadidos adicionales para embellecer la historia, pero siempre se ha respetado la base de la misma. No quisiera que este relato anovelado fuera tomado en modo alguno como reflejo exacto de lo ocurrido, entre otras cosas por que en él se transcriben conversaciones y pensamientos íntimos de los personajes que, desde luego, no han podido trasmitirse oralmente y son solo suposiciones de lo que pudieron decir o pensar. Así pues, si alguien esta interesado, por los hechos tal como me fueron transmitidos oralmente por mi madre Ángeles Moreno Fernández y de mi abuela y tía abuela Encarnación y Amparo Fernández Rivera, ruego se pongan en contacto directamente con migo.. ALGUNOS DATOS: Tiempo en que sucedieron los hechos: Como he dicho el relato lo recibí de mi abuela Encarnación Fernández Rivera (1897- 1983), la cual lo había recibido a su vez de su abuela Rosa Pérez Martinez ( 1833- 1922) con la que había convivido desde su nacimiento. El parecer, a esta Rosa Pérez Martinez se lo relato una abuela suya que había sido testigo presencial de los hechos por lo que no pudo ser otra que la Rosita de la historia, nieta a su vez de la Rosa protagonista de la misma. Si contamos pues a razón de 25 años por generación la abuela Rosita debió haber nacido 50 años antes que Rosa Pérez, es decir hacia 1783 y si suponemos que el día de los hechos que se relatan podía tener entre 7 y 10 años habría que situar los hechos a finales del siglo XVIII, entre 1790 y 1800. En cualquier caso no se puede afirmar con todo seguridad que la abuela de Rosa Pérez fuera la mismísima Rosita, si es seguro que no lo era la Rosa protagonista porque entonces Rosa Pérez seria la Rosita de la historia y la hubiera contado en primera persona, y esto no consta que fuera así, por lo que la versión mas probable es la primera. Lugar de Fallecimiento de Rosa: Por otra parte, según relata mi madre en los años 50 ó 60 del pasado siglo, mi abuela y un grupo de familiares y amigos se dirigieron a Vitoria con la idea de encontrar la tumba de Rosa en la seguridad de que aun se encontraría allí debido a la incorruptibilidad del cadaver. Al parecer llevaban un especie de descripción o mapa del lugar en que debería de encontrarse la mencionada tumba. Sin embargo, el encargado en esos momentos del cementerio, no fue capaz de darles ningún tipo de razón de aquel lugar aduciendo que en tanto tiempo había habido muchos cambios en el cementerio y era imposible saber lo que había sucedido. Esto indicaría que mi bisabuela o tatarabuela habían estado visitando la tumba de Rosa y conocían su emplazamiento. Esta no podía estar en otro sitio que en el viejo cementerio de Santa Isabel, en Vitoria, innaugurado a principios del siglo XIX (1808) y que inactivo, se conserva hoy casi como un museo. Lugar del suceso :Parece quedar claro que la casa de Rosa era una casa de campo que se encontraba cerca de la ermita de Ntra. Sra. de la Vega, por aquel entonces rodeada de huertas y alejada del caserío de la villa de Haro. Concretamente se apunta a la zona frente a la entrada sur, principal de la Basílica, donde hoy está situado el llamado Panteón de los Liberales.
Miguel Angel Ibarra
Relato corto 3.2.2
LA ANCIANA DEL ESTABLO (UN MILAGRO FAMILIAR DE LA VIRGEN DE LA VEGA) Por Miguel Angel Ibarra Moreno